Epílogo

La llegada a casa, como la vez anterior, me produce una sensación muy única, una satisfacción muy personal, por haberlo vuelto a hacer, por haber completado de nuevo esta apasionante aventura (con red, eso sí, en forma de la comodidad de tu coche y el comodín de la tarjeta de crédito; esto no es aventura pura lo sé, sino su versión burguesa, pero a mí me vale).
La aventura la da el irse solo, elemento imprescindible de este viaje, porque te da permeabilidad frente a lo que te encuentres.
La aventura la da el apenas saber qué vas a hacer cuando partes, y escribir cada día a mano alzada la ruta, a lápiz, porque cambia a cada instante, sin avisar.
La aventura la da la primera foto del día, siempre desechable, porque su única función es calentar motores, ponerte a tono para que, al final del día, puedas rescatar como dignas (para mi) unas pocas aunque sea.
La ventura la da cada persona que encuentras en un castillo, en un restaurante, en una cola, en la carretera, da lo mismo, porque casi de cualquiera hay algo que te llama la atención, o que te hace conocer un poco más la tierra que pisas.
La aventura la dan las piedras que visitas, los paisajes, los que estaban el día antes de llegar tú, y seguirán cuando te marches.
La aventura la da el reto del blog, que escribo por varios motivos: primero fue por curiosidad, por probar. Luego descubrí que es otro de los componentes esenciales del viaje, porque me obliga, cada noche, a recuperar el sabor de lo que durante el día, generalmente a un ritmo intenso, he “engullido”, ¿tal vez sin paladear del todo? Desde luego intento paladearlo, porque precisamente para ello improviso, para dedicar a cada bocado lo que requiera.
Y la aventura la dais vosotros, que más o menos a menudo, curioseáis por estas líneas, y me exigís al hacerlo que, al menos, os dé algo que os compense por ello, que os trasmita lo que yo me encuentro en mi camino.
Por seguirme, por curiosear, por dedicar un solo minuto de vuestro tiempo, infinitas gracias a todos los que, aunque sea una sola vez, habéis leído una sola entrada de Nos vemos… ¿Qué decir a los inconscientes que me habéis seguido cada día, y que incluso me habéis “reclamado” las faltas (pocas esta vez) porque las habéis echado en falta? No sé qué decir, realmente. Gracias me sabe a poco. Pero es lo que me ofrece nuestro diccionario: infinitas, infinitas, infinitas gracias.
Para mí, empezar un Nos vemos… (bueno, sólo van dos, hasta ahora…) es un reto. Cuando empiezo a lanzarlo, no puedo evitar sentir el vértigo de “¿podré completarlo? ¿Pasará algo que me obligue a darme la vuelta? ¿Seré capaz de escribir dos líneas? ¿Conseguiré una sola foto que valga la pena?”. Porque, por si no lo habéis notado, esta locura es para mí también un taller intensivo de fotografía, motivo de peso para hacerlo en solitario, porque no ha creado el Señor criatura dotada de la paciencia necesaria para esperar a un pesado buscando su toma imperfecta.
Pues es, como digo, un reto. Y ahora que ha terminado, tampoco puedo evitar sentirme como el anciano organizador de los Nobel de la película El Premio: “No sé por qué me preocupo, si nunca pasa nada…”.
Nos vemos…