viernes, 19 de agosto de 2011

Yo ya he visto Mont St-Michel

St Malo-Bécherel-Mont St Michel

Hoy me he despertado. Eso ya es noticia, teniendo en cuenta que anoche terminó la narración en la casa de Norman Bates y familia. Pero resultaron no ser para tanto (raros son un rato, eso desde luego) y esta mañana en el desayuno hasta he estado con el pater familias hablando de nuestras cosas… como, por ejemplo, de la noche en que el hombre tuvo que dormir en el coche porque, estando en España, fue incapaz de encontrar el hotel, en el que le esperaban. Como a mí anoche. De ahí la empatía.
El caso es que, tras dedicar un buen rato a limpiar las lentes (no las gafas, sino los objetivos de la cámara, que de tanto trasiego estaban como el palo de un gallinero, y luego eso se ve en las fotos), me he puesto en camino. Y he optado por ignorar la guía, y dirigirme a un pueblo que no aparece en ella, pero que me recomendaron anoche Wojtek Kozak y señora. Bécherel, también llamada la villa del libro (como tenemos Urueña en España, según me contaron y aún no he tenido ocasión de comprobar, pero os lo diré). El caso es que, a iniciativa de la Administración, se fomenta el establecimiento de librerías en el pueblo, para diferenciarle, generarle una identidad que otros no tengan, y así atraer público y por tanto actividad económica. Está funcionando. En una localidad de unas 40 casas, 20 tienen en sus bajos librerías (de ejemplares usados, antiguos, raros, o simplemente baratos), talleres de encuadernación, e incluso editoriales, combinados todos con una mínima hostelería (café y té, principalmente).
El resultado es un pueblo en el que es extremadamente agradable pasear, teniendo la oportunidad de ir curioseando los puestos que las librerías han sacado a la calle con el buen tiempo, y sin encontrar prácticamente ningún turista que no venga a propósito por una cuestión relacionada con los libros. En general, ni un alma por la calle. Y un silencio que invita a sacar un libro y ponerse a leer, palabra.
Yo, que iba pensando en que algo caería, he encontrado exactamente lo contrario de lo que me hubiera gustado encontrar: una colección de todas las novelas de Alexandre Dumas, ilustradas, edición de segunda mitad del S.XIX (hasta aquí todo bien), en la que, de 42 volúmenes, sólo faltaban 2: los correspondientes al Conde de Montecristo. Justo los que me hubieran interesado. Así que no hay trato (tampoco lo hubiera habido de estar la colección completa, a no ser que el cajero automático me hubiera dispensado un riñón a crédito, que era el precio de la joyita literaria, céntimo arriba o abajo).
Bueno, tratos hemos hecho otros que tampoco han estado mal. Hay de todo: ediciones antiguas de Comics de autores franceses (como Tintín: primera edición de El Loto Azul, 1.500 euros, ahí es nada; ediciones posteriores, 250 euros; ediciones posteriores de Astérix, 250 euros; mucho más posteriores, como 1974, 6 euros: esas me he llevado yo…). Y también he cargado en la mochila con alguna curiosidad más. En estas cosas sí pico, y luego, ya de vuelta en casa, recuerdo dónde conseguí este libro sobre no se qué, y repito el viaje mentalmente (pero ahí ya no hago blog…)como me sucede con Jack Vetriano, por ejemplo (véase Nos vemos en Escocia).
El único problema en Bécherel ha llegado cuando he intentado comer algo, en cuya primera tentativa he acabado levantándome desesperado porque, tras más de 20 minutos, aún no había conseguido ni que me trajera la carta, y el tío pasando a mi lado silbando…, siendo cuatro gatos (no ya en el restaurante, sino en todo el pueblo). Pero no habiendo mucho más donde elegir, he tirado de comida rápida. ¿Qué le vamos a hacer?
Y por la tarde, a Mont St-Michel. Otra estrella importantísima en el firmamento de este viaje. Pero he sido incapaz de posponerlo más. Por el camino han quedado algunos sitios que probablemente hubiera estado bien visitar, pero no se puede tocar todos los palos, ¿no?
No quería llegar muy pronto a Mont St-Michel por dos motivos. El primero, porque me habían dicho que a partir de las 5 de la tarde, aproximadamente, la asfixiante marea de turistas empieza a retirarse a sus autobuses, lo cual para mí es un motivo de peso. Pero había uno más: la extrema claridad de las horas centrales del día matan el color, y yo quería que mis fotografías tuvieran color, sobre todo ese entre naranja y púrpura del atardecer y la puesta de sol. Por todo ello, encajaba bien ir primero a perderse en Bécherel y más tarde venir a este impresionante lugar.
Porque es impresionante, ya lo creo. Cuando te aproximas, en su primera aparición por una esquina de la luna delantera del coche, ya impresiona. En este primer encuentro no se ve como algo grande (da igual, cuando te aproximas tampoco es su tamaño, que lo tiene, lo que impone); simplemente tiene una silueta, un perfil en el horizonte, una suma de elegancia y trascendencia, completamente única.
Mira que había visto fotos, desde todos los ángulos, a todas las horas del día… y nada, sorprende desde el primer momento. Y en eso tiene mucho que ver el entorno. Hace unos días os hablé de las mareas, su potencia, y el fuerte contraste entre pleamar y bajamar. Nada, olvidadlo; aquello no era nada. Aquí, con la marea baja, ¡el mar retrocede 18 kilómetros!


Esto hace que la imponente abadía, con su catedral en lo más alto, sea una excepción solitaria y aislada en un inmenso mar de arena (yo lo he visto con marea baja) que se extiende hasta donde alcanza la vista (hasta el infinito y más allá, que diría Buz Lightyear). Es una imagen más propia de un mundo de ficción creado por George Lucas que de la costa francesa, pero es real, y está aquí.

Cuando llegas, te puede ocurrir como con los sentimientos nobles y hermosos: que de visto ya en fotografías (Mont St-Michel), de manidos y nombrados (los sentimientos hermosos), pierdas de vista realmente su valor (del uno y de los otros). Recomiendo olvidar las fotografías vistas previamente. Borra el disco duro; abre los ojos: mira lo que tienes delante. ¿Qué te inspira? Pues eso. Empieza escribiendo sobre un papel en blanco.
La visita a la abadía merece la pena, por supuesto. No he llegado a tiempo de unirme a la visita guiada (y eso que la había en español, ¡para una vez!). Pero con la audioguía te apañas bien. Y el sitio es espectacular. Empiezas por una explanada en lo alto, que da entrada a la Catedral por la puerta principal. Vistas inmejorables y un lujo de espacio en semejante lugar. Pero es que entras a la Catedral, y llama la atención, así como en otras áreas, la luminosidad. Grandes ventanales que, en un lugar así, son auténticos manantiales de luz que se cuela en cada rincón, nada que ver con la gran mayoría de templos cristianos, incluso de la misma época. Un lujo.
La ornamentación en el interior es muy reducida, sencillísima, lo cual a mis ojos la hace incluso más hermosa. Puro granito y vidrio en las ventanas, sin que éstas estén excesivamente cargadas de color.
Otra parte impresionante es el claustro, al que se accede directamente desde la catedral, por uno de sus laterales. Sin entrar en descripciones pormenorizadas que aburran al personal, sólo decir que, teniendo en cuenta la altura y entorno en el que se encuentra, imaginad: en uno de sus lados se abre un gran mirador a la bahía… sin palabras. Pero el resto del claustro también tiene ventanas, y estando en él tienes la sensación de que en realidad está suspendido en una nube.

El resto de la visita te lleva por infinitas cámaras, salas, etc, que ya no sabes de dónde salen, con las notables restricciones de espacio que supone su ubicación. Y mucho recoveco, claro: una puerta trasera que sale a un sitio por el que ya pasé hace 20 minutos; desde aquí veo el claustro; esa puerta da a la cripta; desde aquí se ve tu casa… ¡Ah!, eso no, eso es de otro sitio. Da igual.

Tras la catedral, bajas por la muralla, disfrutando de las vistas, hasta volver a la entrada al promontorio. Yo antes había subido por la calle, que, repleta de establecimientos a ambos lados, se va estrechando según asciendes, haciendo realmente difícil avanzar.

Y entonces decido ganar perspectiva y lanzarme a la arena, hasta donde el agua me permita, para poder fotografiar el conjunto. Y allí dejo pasar muuuuucho rato (no digo cuánto para que no me deis caña) hasta que va descendiendo el sol y me ofrece el tono naranja que estoy esperando para maquillar la fachada de la hermosa dama. Entre tanto, evidentemente, juego con la cámara.
El mar, en su retroceso, va dejando atrás piscinas de agua y, sobre todo, el hecho de que en la bahía confluyan 3 ríos, hace que ese inmenso desierto (a intervalos de 6 horas) tenga sus oasis, a los que nos acercamos los curiosos, y nos encontramos con arenas movedizas. Sí, sí, tal cual. Y ojo, porque te dejas el calzado, por lo menos. Pisarlas es una sensación muy curiosa. Vas caminando por la arena húmeda pero firme que ha dejado atrás la marea; mientras esta arena presente ondulaciones, como dunas mínimas, no hay problema. Ahora, si ves una zona muy lisita, ¡ojo, que tiene trampa!

Plantas el pie y cede, no ya exactamente tu huella, sino todo un cerco a su alrededor. Parece que se va a ir abajo en cualquier momento. Es como si cargaras tu peso, en pie, sobre una de esas lonas con las que cubren las piscinas en invierno. Se tensa, pero te aguanta; eso sí, imaginas que como se raje, te vas al fondo con todo el equipo. Pues lo mismo. Y con todo y con eso, es inevitable tentar a la suerte y hacer un poco el idiota (como ya conozco a los de rescate de la Marina, que les vi haciendo ejercicios en Cap de Chevre, seguro que me sacarían de aquí…).
Respecto a la foto de Mont St-Michel, realmente dan igual la luz, la perspectiva, y el rosario de la aurora: es de los pocos sitios que conozco que, da igual lo que hagas, sale una foto bonita seguro. No tiene mérito: la belleza está ahí plantada; sólo tienes que agarrar un trozo y llevártela. Click. No tienes que buscarla, mejorarla, adornarla… nada. Se presenta ante ti, te lo pone fácil. Y aguarda a que llegue la noche, cuando tú te irás y ella se quedará hasta que, al día siguiente, otros millones de bestias nos subamos por sus callejas (¡Ooops! Aquí me he dejado llevar; perdón).

En fin, para que os hagáis una idea de las puestas de sol que se gastan en este sitio. Hacía años que no me ponía a hacer fotos a esta cursilada. Pero hoy no he podido evitarlo, en plan Café del Mar en Ibiza.

Mañana sigue mi viaje. Y, aparte de que no tengo ni idea de para dónde tiraré (me planteo enfilar directamente al Valle del Loira, pero también me tienta, y mucho, pasar unos días en Normandía jugando al desembarco), seguro que el viaje aún me depara cosas fantásticas. Pero yo, me vais a perdonar, ya he visto Mont St-Michel. Y eso, amigos míos, son palabras mayores. Buenas noches.

4 comentarios:

  1. Espectaculares las fotos de hoy!! ha merecido la pena, tanto la espera como destrozarte los zapatos...
    Al final estás consiguiendo que me enganche a tu blog...
    M.

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  2. Preciosas las fotos y buenos los comentarios. Sobre por dónde seguir el viaje ya sabes que yo no tengo dudas. Rumbo directoa Normandía, que yo no tengo bote con arena de Juno, Gold, Omaha y Sword.

    Sigue así.

    Peñalara

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  3. Entran ganas de ir a verlo por los comentarios y las fotos. La verdad es que es un sitio precioso y el blog fenomenal.

    Saludos

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  4. Como verás, así ha sido... ¿De verdad quieres los botes? Intentaremos arreglar eso, pero no creo que vengan con fragmentos, como otros que tengo yo...

    Enebro

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