domingo, 14 de agosto de 2011

Adelante

Auray-Pont Aven-Brigneau-Le Pouldu
Hoy amanecía yo con intención de avanzar. Y quería hacerlo en varios frentes.
Lo primero, que al final del día iba a consumir mi última noche de alojamiento reservado; en adelante se abría un vacío que, me parecía, iba a ser complicado de llenar, tal como están las cosas por aquí. Ahora, al llegar al hotel, gracias a una decente (al fin) conexión a internet, lo he arreglado para otras dos noches en otros tantos destinos. Por tanto, por el momento, a otra cosa.
Otro frente es el geográfico. Había llegado el momento de abandonar el Golfo de Morbihan, y dejar atrás tanto decepcionante pedrusco milenario (soy un inculto, no sé apreciar estas cosas, sobre todo si no están explicadas con cariño, véase Nos vemos en Escocia). Y he avanzado. Nada menos que 5.000 años. Hasta la década de 1880, cuando Paul Gauguin llegó a Pont Aven para lanzar el movimiento antiimpresionista.
Todo el pueblo está orientado hacia la pintura: galerías de arte por doquier, recorridos por escenarios de célebres lienzos, etc. Y, desde luego, no es fácil aparcar: véase la fotografía; aún no me explico cómo he metido el coche ahí; la barra ya estaba inclinada cuando he llegado yo, lo juro…


Hoy me he beneficiado de la inestable climatología de la zona, y he optado por, de nuevo, dar esquinazo a la multitud e irme a conocer el Bois d’Amour, que, aunque la Lonely Planet lo traduce como Bosque del Amor, lo cierto es que se trata más bien del Bosque de Amor. No es lo mismo; como tampoco lo son la mesa de cristal y la mesa del cristal, ¿no? Y no citaré ahora a Cela y su distinción entre estar dormido y estar durmiendo, por si hay niños...
El caso es que gracias a una lluvia suficientemente fina como para no molestar pero suficientemente gruesa como para disuadir a las masas de pasear por el mencionado bosque (¡de lo que sea!), allí he ido. Principalmente porque aseguraban que por el sendero se llegaba a algún viejo molino y una capilla muy interesantes.
Lo cierto es que el paseo bien merece el txirimiri. El susodicho bosque, si se quiere disfrutar, se disfruta, y mucho. Hay que entrar en modo lord inglés paseando por la campiña con el Barbour puesto. ¿Qué llueve? Pues ya parará… ¿Qué deja de llover? Tranquilo, ya volverá a empezar…
Se trata de un frondoso bosque de un verde intenso, que recorres por un camino que discurre junto a un río, a lo largo del cual debes encontrar varios viejos molinos (yo he visto 2), ya inactivos, aún conservan cierto encanto pese a su deteriorado estado. De vez en cuando, al caminar, aún chispeando, te cruzas con alguien, pero se nota que son principalmente locales, y no turistas (eso siempre alivia, aunque uno no consiga, evidentemente, pasar por uno de ellos). Una buena pista de que son locales son los aparejos de pesca y las botas de goma hasta la ingle. Observador que es uno.


A lo largo del camino, sin importar la hora que sea, cae la noche varias veces. Los árboles se cierran sobre ti dejándote bajo la oscuridad de un túnel verde y húmedo. Y te ves “encerrado” con troncos tapizados en musgo, helechos (tanto verdes exultantes como marrones mortecinos) y más humedad.




En todo el camino, la única nota de color la ha aportado una sola planta con bayas rojas. Una. Pero el ambiente es único. Y el nombre, merecido. Eso sí, resulta evidente que lo chachi debe de ser entrar en pareja, y encima quererla (toma maldad). Yo iba sólo: no es preciso que recuerde la cita de Woody Allen, ¿no?... Eso sí, tres son multitud de todas, todas... 
El sendero debía llevarme hasta la capilla de Trémalo. Pero no sé en qué punto me he perdido, y para llegar a ella he acabado arrastrándome campo a través colina arriba entre la húmeda hojarasca y recibiendo en la cara latigazos de ramas empapadas. Ni Rambo (bueno, he exagerado, pero sólo un poquito; agua y barro, como para hacerme una colección de botijos, pero para eso me hubiera hecho falta calor, que, evidentemente, no tenía, precisamente).
El caso es que, tras aparecer detrás de la pista de tenis de una propiedad privada, que he atravesado como un señor mirando a un lado y a otro, y cruzarme en el umbral de la finca con el dueño, que entraba en coche, diciéndole con total aplomo “Bonjour!”, he dado a parar a una carreterita que, ahora sí, llegaba a la capilla de marras.

Su fama viene, precisamente, de una célebre obra de Guaguin, El Cristo amarillo, ya que representa a unas campesinas rezando al Cristo en la cruz cuya escultura se encuentra, precisamente, en el interior de la capilla. La obra es esta (no pago derechos porque no genero ingresos con su reproducción y además la misma sirve para la difusión de la obra, pero tampoco os chivéis):

Y en el interior de la capilla he encontrado otro tipo de adoración a la escultura original, más moderna, propia de esta época de las hordas que vagamos por aquí, pero encima con una cámara compacta… ¡inaudito!

No obstante, el volumen de público que llega a la capilla en un día lluviosillo como este resulta sencillo de imaginar echando un vistazo rápido (compárese con la de Rochefort-en-Terre).

Y a la vuelta hacia Pont Aven, al lado del camino, me encuentro esta joya, que bien merecería aparecer en las guías. Para que digan que el Bat-móvil era un vehículo del futuro. Si está todo inventado…

La comida una delicia, por supuesto. Aquí te metes en cualquier sitio con un pelín de ojo, y aunque baratísimo no sale, la calidad es muy alta, y el ambiente muy agradable. Como para no levantarte, vamos.
El resto de Pont Aven, bien gracias. Incluso me he encontrado un soplador de vidrio, que, pese a lo que alguno ya está pensando, no es un gran bebedor, sino esto…


Y luego a Brigneau, supuestamente un precioso puerto pesquero, y en realidad un estupendo puertecito para dar servicio a algunas casas fantásticas de veraneantes. Pero además es uno de los puntos por los que pasan los antiguos caminos de ronda de los aduaneros, ahora reconvertidos a agradables rutas para caminar o ir en bicicleta por el mismísimo borde del mar, durante bastantes kilómetros. Hay diferentes recorridos, y los bretones los mantienen en uso con orgullo. Y allí he gastado un poco más las zapatillas… Y por supuesto he hecho más fotos… 


Es como el aire que respiro… 

1 comentario:

  1. Parece que la experiencia Asturiana con la lluvia te ha permitido aguantar mejor en tu viaje.....

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