Tours-Cheverny-Chenonceau-Amboise
Con una hora y pico de retraso sobre el horario debido (y por tanto, perfectamente en línea con el horario previsto), he llegado esta mañana al Castillo de Cheverny.
En el retraso han intervenido, por orden de aparición: el carácter adhesivo de las sábanas (que se me han pegado concienzudamente), el error de un servidor en la salida de Tours (me he ido en sentido contrario, de esto que te das cuenta según se hace imposible tomar la salida correcta), y la repetición de esto último al dejar la autopista cerca de Cheverny. Yo sigo diciendo, en mi descargo, que las señales aquí están mal puestas, y que abusan del “Todas direcciones” en las rotondas. Pero tengo que reconocer que, esta vez, ni había “Todas direcciones”, ni había rotonda, ni tengo descargo alguno. Y aún así, ha sido un día my satisfactorio.
El castillo de Cheverny es un bonito, clásico castillo del Loira. No es excesivamente grande (más que mi casa sí, ya os lo digo), pero, tal como me habían dicho mis fuentes, tiene la gracia de que tiene habitantes hoy en día. Entiendo que moran en el segundo piso (que no te enseñan), y que la planta de calle (bueno, más que calle, pedazo de jardines) y la primera, que te muestran, son para eso, para mostrarlas y dar de comer a la familia todo el año.
Porque este palacio abre los 365 días del año. La visita está razonablemente bien organizada: tras adquirir y rasgar la entrada en el acceso a los jardines, caminas por éstos hasta el edificio en sí, y aquí te recibe una especie de gentleman a lo francés (unos 40 años, delgado, pantalón de pinzas, americana y corbata, peinado perfecto de un pelo negro con sus primeras canas, corte militar, pero con galones, que los soldados rasos lo llevan cortado a máquina), que muy amablemente te pregunta tu nacionalidad para ofrecer acto seguido un folleto a todo color con las indicaciones de cada sala en tu idioma, y sus correspondientes ilustraciones. Cuando la visita es “Do it yourself”, esto ayuda, ciertamente. Luego he descubierto que el hombre hablaba un estupendo castellano, cuando se ha dirigido así a un par de moteros llegados de Badajoz, en su ruta a París.
Y el interior es el de una casa familiar (noble) con años de historia, vamos. El cuadro de no sé quién (porque de verdad no lo sé), la pedazo mesa de madera noble de no sé cuándo… Una habitación para esto, otra para lo otro… Lo digo así, no porque no valga la pena, que la vale, sino porque tampoco ves realmente dónde viven hoy, que en un castillo de Escocia sí que lo veías, porque estaba el Hello! del mes anterior sobre la mesa Louis XIV, y esas cosas. Pero el castillo (palacete, diría yo, porque son una variedad de castillos muy finos: las torres son más decorativas que de defensa, no hay troneras para las flechas y el aceite hirviendo… unos flojeras).
El caso es que la visita, como primera aproximación a un Château, ha estado bien. Tres cosas más, dignas de mención. Primero, en este castillo se inspiro Hergé para el que, en los libros de Tintín, se compra el Capitán Haddock. Así que hay una exposición sobre el tema (que me he saltado por falta de tiempo, aunque tenía curiosidad).
Segundo: como muchos de estos castillos (o todos) tiene un gran jardín / huerto, con fantásticas verduras y hortalizas, y con unas preciosas flores. Merecen ser vistos.
Y tercero: una amplia perrera con casi un centenar de hermosos perros de caza, todos igualitos, y muy bien cuidados. Le veías echando la siesta, algunos voluntariamente amontonados (innecesario, porque tenían sitio de sobra) en su modorra. Los que no, estaban paseando, vagando más bien, sin un rumbo fijo, acercándose al público ahora, alejándose después. Sin mostrar un interés especial en nada y un regalando un profundo desinterés por todos nosotros.
Y, de pronto, por culpa de un descarado que parece haber echado los trastos a una hembra ajena, se ha oído un primer ladrido y se han levantado prácticamente todos a una, en alerta, aproximándose al lugar de la refriega (tentativa, porque no ha llegado a producirse) para intimidar al que quisiera perturbar la paz. Y todos con el rabo extremadamente vertical, alerta total, ya digo, como una convención de pararrayos. Realmente ha sido helador: la paz (casi aburrida) ha dejado paso a un momento de tensión eléctrica, que ha cesado cuando el “osado” se ha dado la vuelta “cono el rabo entre las patas”, literalmente. Y todo el grupo ha vuelto poco a poco a su descanso, a ver pasar las horas, como transmitiendo con voz baja que ya se ha encargado la manada de cuidarse a sí misma, la paz dentro de ella. Impresionante. Eso son unos cascos azules con autoridad y efectivos de verdad.
Y, de pronto, por culpa de un descarado que parece haber echado los trastos a una hembra ajena, se ha oído un primer ladrido y se han levantado prácticamente todos a una, en alerta, aproximándose al lugar de la refriega (tentativa, porque no ha llegado a producirse) para intimidar al que quisiera perturbar la paz. Y todos con el rabo extremadamente vertical, alerta total, ya digo, como una convención de pararrayos. Realmente ha sido helador: la paz (casi aburrida) ha dejado paso a un momento de tensión eléctrica, que ha cesado cuando el “osado” se ha dado la vuelta “cono el rabo entre las patas”, literalmente. Y todo el grupo ha vuelto poco a poco a su descanso, a ver pasar las horas, como transmitiendo con voz baja que ya se ha encargado la manada de cuidarse a sí misma, la paz dentro de ella. Impresionante. Eso son unos cascos azules con autoridad y efectivos de verdad.
Luego al castillo de Chenonceau. Y aquí sí que la hemos liado: impresionante castillo, e impresionante visita. Entras a unos jardines espectaculares (realmente es un bosque, y el edificio se adivina a lo lejos, al final de un pasillo eterno de árboles tupidos y perfectamente alineados).
El castillo como tal, desde fuera no parece gran cosa. Es uno que probablemente conoceréis: es famoso porque parte de él está construido sobre un río, a modo de puente, y debajo es navegable. Y por eso precisamente no parece gran cosa: la planta del edificio original es cuadrada, teniendo al río detrás de él (mirando desde la entrada). Cuando lo ampliaron, lo hicieron prolongando la fachada posterior, por lo que, desde la entrada, parece que no ha aumentado de dimensiones. Prácticamente todo el castillo está rodeado por agua: bien el río, bien un foso.
La visita está muy, muy bien organizada: la audioguía funciona a las mil maravillas. Está soportada en un iPod, lo que hace que con la explicación tengas imágemenes para identificar rápidamente de qué están hablando. Y el edificio es espectacular y se encuentra en un estado excelente (en gran medida porque sus propietarios, en la época de la revolución francesa, eran majetes con el pueblo, y éste fue benévolo con ellos a la hora de sacar la guillotina a pasear; y porque, durante la ocupación alemana, como la línea de demarcación coincidía con el curso del río, una parte del castillo quedaba a cada lado, y se las apañaban para no tener problemas con unos ni con otros).
Pero es que, además, el patrimonio artístico que hay allí dentro es escandaloso: Murillo, Tintoretto, Veronés… Unas obras de arte… Unos tapices… Unos artesonados… Un mobiliario… Unos suelos policromados… Impresionante, de verdad.
Sólo puedo encontrar dos “peros”: el primero, la marabunta increíble de gente; casi insoportable. De verdad, nunca había coincidido con tanta gente por metro cuadrado en una visita así, jamás. Para eso es también muy útil la audioguía, porque te la pones, y vas a tu aire. Eliminas a la gente del plano como se espanta a una mosca en verano, y si no ya se irán. Lo del plano es figurado, claro, porque en ese ambiente ¿quién se pone a hacer fotos?
El otro “pero” es que, así como hay cosas muy bien protegidas, otras no. Creo que de seguir así el estado de conservación de ese tesoro puede verse en peligro de morir de éxito. Me llama la atención que camináramos todos en tropel sobre el espectacular suelo cerámico, del que, en la parte por donde transitábamos nosotros, se había ido el rico color que, sin embargo, aún seguía en el área de cada habitación que no se pisa. ¿No se han dado cuenta de que tienen que parar eso? No sé, que pongan una moqueta por donde circulamos las cabezas de ganado…
Por lo demás, un 10, de verdad. Una de las cosas más bonitas es la galería, que es precisamente la ampliación sobre el río: todo ese anexo es una única sala (tiene tres alturas, de las que se visitan dos), con grandes ventanales a ambos lados por los que entra un generoso sol para posarse en un suelo blanco y negro. Una maravilla.
La visita es tan completa, y las estancias están tan bien... También las cocinas llaman mucho la atención, en los bajos. En el comedor del servicio, decorando la mesa, cinco cestos de pimientos ¡frescos! para ambientar... El centro de la cocina lo ocupa una gran instalación para usar con carbón, montaje de la época de la primera guerra mundial, durante la cual el castillo sirvió de hospital. La galería (sobre el río) se ocupó con camas desde las que los enfermos y heridos se servían de sedales que arrojaban por las ventanas para pescar.
Y, en los jardines, más flores y plantas exóticas, un laberinto realizado con 1.000 tejos, en fin los caprichitos normales…
Y, en los jardines, más flores y plantas exóticas, un laberinto realizado con 1.000 tejos, en fin los caprichitos normales…
Y por último a Amboise, sin tiempo para llegar a ver el castillo pero sí para dar un paseo por el bonito centro y, por supuesto, cenar a la francesa, es decir, como es debido: Terrine du chef (muy rica), bacalao sobre cama de brandada (¿qué os voy a contar?), plato de quesos u tartaleta de limón, todo con un tintito de la zona. De verdad, que en Francia saben comer (y vivir bien) no es sólo marketing…
Y mañana más, previsiblemente último día de visita activa por el Loira. Procuraré aprovechar. Buenas noches.
Veo que este año dedicas parte de tu blog al tema gastronómico.. eso está muy bien.
ResponderEliminarDisfruta lo que te queda!.
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminarGuardate hueco para un buen queso picón de Tresviso que hemos pillado y que está mucho mejor que los franceses.
ResponderEliminarY cuidado con las fotos, que luego hay que seleccionar para el visionado...
Peñalara