domingo, 21 de agosto de 2011

Durmiendo con Jack Nicholson

Utah Beach (Valognes-Les Veys)
Dónde empieza y concluye el día de hoy, en realidad, da igual. Todo ha girado entorno a Utah Beach.
Para empezar, me despido del carismático (aunque cascadillo) Grand Hotel du Louvre desayunando en un comedor muy evocador, muy luminoso gracias a tres enormes ventanas en la fachada principal, entre las cuales se hace la penumbra, con espejos en las paredes y una antigua caja registradora decorando la barra (digo decorando, porque es otra moderna la que está operativa). Y el desayuno, como siempre, que no lo he dicho, deliciosos croissants con mermelada de fresa o frambuesa (porque me gustan las de ese color, no por otra cosa) y mantequilla (otras veces, crujientita baguette), con café y zumo. Sencillo, pero sienta muy bien.
La primera parada es el Museo de la Libertad Recuperada, en Quinéville. Como avisé ayer, no tengo intención de aburriros con cada detalle, porque sería agotador para todos, más para vosotros. Simplemente, por si sirve la información a alguien para un futuro viaje, decir que es una recreación de, en el momento de la invasión por el III Reich y durante la ocupación, la forma de vida de los civiles, cómo se apañaban, qué les fueron prohibiendo… y el papel que jugó en todo ello el gobierno francés de Vichy (en contraposición al autoproclamado gobierno de la Francia Libre, liderado por De Gaulle desde Londres). Evidentemente, el gobierno “colaboracionista” no queda muy bien parado, parece que con motivo, no ya porque entendieran que lo mejor para el país era aceptar al ocupante, evitando mayores sufrimientos; sino por utilizar la excusa de ese ocupante, precisamente, para someter al país y convertirlo en una cosa que no era. Pero ahí no me meto. Simplemente, he aprendido cosas que no sabía. Por eso creo que es interesante, se puede consumir tranquilamente hora y media en él, si pretendes leer la información expuesta. No obstante, para alguien que ya sepa mucho sobre el tema, y no aprecie las recreaciones en decorados, tal vez no tenga mucho valor.
Como se hacía tarde, me he conformado con comer algo rápidamente en un puesto frente al museo. Bueno, esa era mi intención. Pero no contaba con encontrarme ante un número de los payasos de la tele, o de cámara oculta, no sabría decir. Los actores de tan apasionante representación eran el hombre y la mujer que atendían en el puesto, junto con algún cliente. He tenido la desgracia de que delante de mí había un padre de familia con mujer y 5 criaturas, todas muertas de hambre, y todas indecisas. A ver, que no había tanto para elegir: sándwich, Kebab o hamburguesa, tres opciones que pasan a seis si les pones patatas fritas. Punto. Joder, la que se ha liado. Primero el padre para enterarse de lo que querían los niños (¡señor, que lo entendía hasta yo!); luego que protesta porque no le parece bien lo que quieren, e intenta que lo cambien; naturalmente, claudica e intenta satisfacer los deseos de las criaturas, pero ya no se acuerda, y se hace un lío; pero mami con niños 3 y 4 se ha ido al baño, y hay que esperar a que vuelvan; al fin regresan, y el caballero confirma que se estaba equivocando y le “guían” por el camino de la verdad hasta la comanda correcta; y mi drama se dispara cuando, al ausentarse la familia Trap para tomar asiento en la confianza de que les llevaran su almuerzo, la señora al otro lado del mostrador mira a su compañero para repetirle la orden… y se pierde. No entiende su letra, ¿era con queso? ¡No! ¡Con patatas! Y así un buen rato. Si llega a haber, además, diferentes tamaños, todavía estoy allí.
Yo no quería irme sin comer, primero porque ya había llegado a ese punto en que con el hambre viene el mal humor (como un bebé, lo sé), y segundo porque ya irían dos veces en este viaje que agoto la paciencia y me voy sin siquiera ser atendido, y eso perjudica mi Karma, así que respiro hondo y… ¡Oh, sorpresa! La jefa, viendo que sólo quiero una cosa frente a ¡7! de los Brady, me cuela y me larga el primer output de la parrilla. ¡Gracias, Dios mío! Y he vuelto a nacer.
Después volando a Ste-Mere Eglise, un pueblo famoso, fundamentalmente, aparte de por el hecho de que fue uno de los dos primeros pueblos liberados por los americanos el día D, por la anécdota de que uno de los paracaidistas se pasó 2 horas colgando del campanario (se le engancho el paracaídas), haciéndose el muerto, hasta que los alemanes le hicieron prisionero.  Como de estos dramas intensos (la guerra completa, la ocupación y el desembarco, me refiero) dejan tantas heridas, la gente tiende a alegrarse con pequeñas tiritas, y todo se engrandece. En definitiva: que el chaval del campanario pasó a la posteridad, volvió años después al pueblo entre el clamor de las masas, le hicieron fotos que fueron portada de periódicos franceses y americanos, y dejó numerosas notas de agradecimiento, donaciones de objetos personales de la guerra, y un icono: su imagen en el campanario. Tanto es así que, a su muerte en los años 70, el pueblo decidió situar en el campanario un maniquí pendiente de un paracaídas, en su honor. Y ahí está (además de en la retina de los que hayáis visto El día más largo, claro).

Frente a la iglesia, el mueso de los paracaidistas: más fetiches, objetos (incluyendo una gabardina cedida por Clark Gable, que, por si no lo sabíais, dejó colgada su carrera cinematográfica para enrolarse), y algún trasto más grande: un planeador, un C-47, un Sherman y un Willis. Además, una colección de cuadros de un sujeto llamado Robert Taylor (www.roberttaylorprints.com), que yo ya conocía porque me hice con un libro de sus obras (en otro museo militar, no recuerdo dónde), y que vende algunas a 4.000 euros, sí señor. La verdad es que aprecio cierto oportunismo, porque consigue esos precios enmarcando con la obra un casquillo encontrado en Utah, o un trozo de un paracaídas usado el día D, consiguiendo que los firmen veteranos pilotos auténticos… En fin, que los cuadros merecen ser vistos, de verdad que me parecen muy bonitos, pero no sé yo si él merece que le sean comprados.
Y luego corriendo a las baterías de Maisy, que son los búnkers y trincheras cavados por los alemanes como infraestructura para sus cañones anti-“todo lo que venga por el mar”. Al final se trata de pasillos con taludes de tierra a ambos lados, que unen plataformas de hormigón y habitaciones enterradas (entiendo que eso serán a los ojos de los pobres que estén leyendo esto y el rollo del desembarco no les interese un colín, que están en su derecho). Sólo una de las cámaras de la tropa conservaba algún objeto: una estufa de leña bastante corroída, y la estructura de un catre. Todo ello, en la casi absoluta oscuridad. Esto es todo lo que he podido hacer…

Y pitando al museo de los Rangers, que estaba a cinco minutos. Me ha costado llegar Dios y ayuda, porque había una feria que mantenía cortado el tráfico en todo el centro del pueblo. Y cuando llego, a las 17:32, está cerrado. Curioso, porque tanto el folleto que me dieron en la oficina de turismo como el cartel que tengo delante de mis narices en la puerta del museo dice que cierra a las 18:30. ¿De Alaska?
Doy la vuelta al edificio, subo por una escalera trasera hasta la primera planta y, a través de un cristal, percibo movimiento dentro. Golpeo con los nudillos y una señora se da la vuelta y empieza a hacer aspavientos con los brazos (me siento como un Boeing 747 al que el personal de tierra da instrucciones para ir al finger). Yo me hago el sueco y vuelvo a golpear el cristal, hasta que a la buena mujer no le queda más remedio que aproximarse y abrir la ventana para poder oírnos. Que ella no es más que la señora de la limpieza, pero el museo está cerrado, de eso está segura. - ¿Y cartel con el horario que hay en la puerta, reina mora? - Es que “exceptionellement” el museo cierra antes. Es que hay feria…  - Sí, de lo la feria ya me había dado cuenta, gracias.
El caso es que sólo podía ir a un lugar, el único sin hora de cierre: Pointe du Hoc (puesto de artillería alemán, con sus correspondientes búnkers, en una punta de tierra que, sobre un acantilado, se clava en el mar, y desde el que se controlan el acceso marítimo a Utah y Omaha).

Ya estuve el año pasado (para no aburrir, véase Nos vemos en Escocia: Un pedazo de historia), pero el problema de horario y el hecho de que entonces hubiera una sección cerrada, además de la siempre hermosa vista, máxime a esa hora de la tarde, invitaba a volver. No contaré de nuevo la proeza (en parte innecesaria) que los Rangers hicieron en aquel lugar. Ni el tamaño de los cráteres que el fuego de artillería aliado ocasionó.
En la parte que el año pasado estaba cerrada, además de asegurar los acantilados por los desprendimientos, ahora se podía ver la espada de los rangers en lo alto del puesto alemán más avanzado sobre el mar, como homenaje.

Como veis, en todas partes, especialmente en los monumentos financiados por Estados Unidos (sobre esto, ved también Nos vemos en Escocia: En pezado de historia), profusión de información y explicaciones para el visitante.

Y por último al hotel. Bueno, residencia privada de un servidor. Para empezar, cuarto de hora para encontrarlo, porque decía estar en un pueblo y no, está pasada la señal con la banda roja diagonal, ya sabéis, la que indica que está usted saliendo del término municipal de… Pero eso sólo lo he sabido cuando he llamado al parroquiano. Al fin doy con él, un edificio solitario en medio de una carretera que une la nada con el vacío. En el parking, vehículos en la escalofriante cantidad de 1. Ni un alma.
En la fachada, el gastado nombre del hotel, y dos áreas diferenciadas: la de restaurante, claramente cerrada; y la de hotel, sospechosamente desierta y apagada. Me acerco a la puerta doble de cristal (ni me molesto en bajar el equipaje, porque me veo dándome la vuelta en cuestión de segundos), y la empujo. Cede, así que entro, y me acerco a la recepción que está... cerrada. Le han echado un cierre metálico como a los estancos de toda la vida. Miro a mi derecha, y sobre una mesa baja un cartel hecho con un folio doblado en 3 (para que se sujete en vertical, esto lo aprendí yo en los cursos de formación de la Firma) con el mensaje: Mr fulanito, su habitación es la número 2, y al lado la llave.
Yo que contaba con cenar algo en los alrededores del hotel o en el restaurante del mismo, voy contando con recuperar del maletero una lata de sardinas (como no tengo pan, las galletas bretonas harán su función, no hay problema; lo que hay es hambre). Eso sí, el wifi va de coña.
De vuelta hacia la habitación, ya con maleta (en algún sitio habrá que pasar la noche), me fijo en los casilleros de las llaves: todas ellas reposan en su correspondiente hueco, excepto la mía y la de la habitación 14. ¿Quién será el pringado?¿Y qué excusa le han dado para tener que subir una planta por las escaleras? Será que ha pedido una habitación tranquila, y como esta noche iba a haber jarana…
Vamos, que estoy en el hotel de El Resplandor, en el que no hay nadie para atender (me parece que como el otro cliente quiera una manzanilla en mitad de la noche, me toca levantarme a mí) y que según abro la puerta de mi habitación, la vista que tengo es esta:

Por favor, permitidme que insista en lo de mis plantas para el caso de que me encuentre con Jack Nicholson en los siniestros pasillos de este lúgubre y desierto establecimiento durante la noche. Son mi legado.

PD: Peñalara, te envío por mail los datos precisos del local, por si acaso…

1 comentario:

  1. Muy bueno lo del hotel. Esperamos "no sea nada".
    Sigue así y no te olvides de los botes...

    Pedazo tormentón el que tengo encima y yo buscando cobertura, para escribir esto. Ya sabes!!

    Peñalara

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