Burdeos-Saint Nazaire-Rochefort en Terre-Vannes
Evidente. Nada que ver. Y la culpa la tiene principalmente aquello que he ido a ver allí.
Esta mañana tocaba retomar la carretera para llegar realmente a Bretaña. Destino, Vannes (donde ya me encuentro). Parada técnica, Saint-Nazaire.
El único atractivo turístico que la guía reconoce a este pueblo costero (con un nombre tan sugerente y engañoso al mismo tiempo) es precisamente el responsable de que todo él sea feo con avaricia y no tenga ningún encanto: una base de submarinos construida y operada por los alemanes durante la segunda guerra mundial.
Como estos navíos estaban causando estragos entre la flota aliada, especialmente desde la aparición de los U-boat al final de la contienda, los ejércitos británico y norteamericano realizaron denodados esfuerzos por reducir a escombros la base alemana de Saint-Nazaire. Y, en honor a la verdad, hay que reconocerles que los bombardeos hicieron la mitad del trabajo: reducir a escombros Saint-Nazaire. Lo de la base no lo lograron, y ahí sigue. Así es que he venido a verla.
De Nos vemos en Bretaña |
A primera vista uno ya comprende por qué aquello es indestructible: es una gigantesca masa de hormigón armado, se mire por donde se mire, rectangular, chata, contundente como el temario de las oposiciones a Registrador de la propiedad. Vamos, que hay más cemento que en Seseña. Y aunque muestra cicatrices, ninguna herida de consideración.
Ahora es como uno de esos viejos almacenes abandonados del Manhattan portuario e industrial que a partir de los años 70 artistas "chic" comenzaron a reciclar convirtiéndolos en talleres, y más tarde en sus lofts. Bueno, parece eso, antes de reciclarlos. La base completa, consistente en una serie de diques paralelos cubiertos por la mencionada estructura de hormigón, se encuentra vacía y disponible para que el público curiosee por su interior (curiosear, ¿qué?, si no hay absolutamente nada más que el vacío de dejado por lo que debió de ser en algún momento una frenética actividad de guerra y de lo que sólo queda la numeración, pintada en inmensos caracteres negros sobre la pared, de cada una de las plataformas, lo cual otorga al conjunto un toque bastante tétrico, la verdad).
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En una parte han instalado como museo un submarino francés (L'Espolon), muy posterior a la base, que se jubiló en los 80 tras 25 años de servicio. Lo presentan como un prodigio bélico, un exponente tecnológico, y me parece a mí que no es lo uno ni lo otro. Más que nada, porque jamás fue bélico, al no existir contienda alguna en la que participar durante su servicio, usándose por ello para el entrenamiento de tripulaciones; y tampoco fue un exponente tecnológico, salvo del top manta, porque su construcción se realizó copiando los diseños de los U-boat nazis, pero más de diez años después. En fin, si quieren estar orgullosos de su submarino, nada que objetar.
La visita a la nave, bien. Siempre es curioso, claro, aunque los sajones saben mejor cómo organizar un sarao de estos... La costumbre.
Y después, segunda parada técnica, pero en otra liga: Rochefort-en-Terre. Para el que conozca Santillana del Mar, algo parecido, pero "en-Terre". Es decir, que es un precioso pueblo que conserva todo el encanto de las construcciones medievales, tanto en las casas como en las calles, muy, muy cuidado. El lado malo, como en su "gemela", que tiene un poco de Show de Truman: parece no haber vida real; la que hay allí es una vida para las cámaras. Pero vamos, que es inevitable para dar viabilidad económica al proyecto de conservación, que yo no protesto...
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Entre el decorado y los focos (estoy exagerando, de verdad que merece la pena verlo), he encotrado restos de una vida real, no sé si sólo pasada. Ha sido en la recogida iglesia del pueblo. Recogida, pero espectacular. Es como una anciana en la que claramente se distingue, al tiempo que la edad, una profunda belleza que no se ha ido. Muchos elementos contribuyen a esta sensación: la luz que, a través de las vidrieras, se posa sobre sencillas y desgastadas bancadas de madera; las 3 personas que rezan en el interior cuando entro; y, sobre todo, la combinación de otros dos elementos que dominan la escena, pero con discreción (estoy pensando ahora que a lo mejor también son de Truman, de lo bien que quedaban... ¡no, por Dios!).
Al entrar (lo cual se hace como quien baja a un sótano, porque la iglesia ocupa el lateral más hundido de una plaza con un fuerte desnivel), no te das cuenta inmediatamente de que se oye una leve música de piano. Su tono no es el que cabría esperar en un oscuro templo, solemne, sino más bien al contrario, alegre, de esperanza.
Esa música te acompaña, sin darte cuenta, al rincón donde se encuentra el otro elemento vital de la escena. A la derecha del altar, encabezando una reducida nave lateral, un sinfín de esbeltas velas lucen en señal de... ¿qué?
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Pues parece que agradecimiento. Junto a ellas, el muro lateral se presenta cubierto de pequeñas placas de mármol blanco con escuetas inscripciones, todas en la misma línea: "Mercy", o "Reconnaissance". Y una parte importante de ellas haciendo referencia al período 1914-1918. Las grandes guerras siguen aquí, como en Reino Unido, muy presentes.
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En definitiva, muestras de agradecimiento que en realidad existen porque ha existido temor, sufrimiento, necesidad de esperanza. La que hoy aporta la música de piano que recibe al visitante y ahora, al observar despacio este rincón, termina de envolverlo todo en torno a él.
Saint-Nazaire no es Burdeos, claro. Pero Rochefort-en-Terre tampoco es Saint-Nazaire.
Pero al fina te echaste la partida al "Medal of Honor", o no???
ResponderEliminarComo siempre las fotos, geniales.
Peñalara