St-Malo
Hoy empezaba el día con algo de retraso, porque después de tomar el delicioso desayuno de mi Chambre d’Hôtes, debía arreglar el asunto del alojamiento de esta noche. Las gestiones de mi anfitrión han sido infructuosas, peses a sus cuatro intentos, y he tenido que sacarme las castañas del fuego yo mismo. Con el objetivo de dedicar a la búsqueda el menor tiempo posible, he dirigido el tiro hacia casas que estuvieran en las afueras de St-Malo, pensando que las céntricas estarían copadas. Bingo. A la primera, solucionado, y muy barata (al final encontraréis la explicación).
Por tanto, en marcha. Increíble fortuna para llegar y besar el santo en el aparcamiento junto a la muralla (vamos, en el meollo), y a caminar. Lo primero, vuelta de reconocimiento por el perímetro de la fortaleza. Así se van calentando los músculos, y el ojo derecho que es con el que encuadro, y me voy haciendo una idea de qué hay aquí. En esta primera tournée ya voy encontrando cosas, como que con la bajamar los lugareños enseguida ocupan la reducida franja de tierra que queda, y quien no, directamente, sobre el muro se explaya y enciende la tostadora (natural).
Con unos pequeños muros a la altura adecuada, se han construido una piscina que aprovecha el agua de mar en su retirada (esto lo veremos también luego), con trampolín y todo, e improvisan concursos para ver quién se parte la crisma en más pedazos. Estando yo, el premio ha quedado desierto.
Tras completar la vuelta al ruedo por los tendidos, al albero. Lo primero una visita a una pequeña (no lo es tanto, pero o le falta espacio o le sobran cosas) tienda de objetos de decoración con motivo náutico, en la que, la verdad, había algunas cosas bastante interesantes, pero lamentablemente no un encargo que llevaba y que me hubiera hecho ilusión atender: lo lamento. Por cierto, el sujeto del local, un “desaborío” de mucho cuidado…
La primera impresión es que esto está a reventar, pero como ya lo sabía, nada que decir. Es lo que hay. Evidentemente, millones de establecimientos pensados para turistas, restaurantes con terraza, principalmente; pero también hay algo de vida local, tiendas de moda, peluquerías… De un vistazo general le he sacado un parecido (no sé si razonable), con París. St-Malo se me presenta como un pequeño quartier de la capital que, si en la auténtica París estaría delimitado por grandes avenidas, aquí lo está por murallas. Pero muchas de sus calles, vistas individualmente, podrías ser vecinas de la Ópera perfectamente: edificios de 4-5 alturas, tejados de pizarra, abuhardillados, con las típicas hileras de chimeneas; sobre el adoquinado, coches aparcados a uno solo de los lados, perfectamente alineados.
Pero lo cierto es que otras calles podrían ser Little Italy (NY). Y el señor de la izquierda, que se ha escapado de Chinatown, está avisando por el walkie-talkie de que un cliente quiere pasar a la trastienda para ver los Loius Vuitton falsos. ¿Que no?
Visita obligada es la catedral, que aparte de todo, llama la atención porque la nave central está a una altura hasta el crucero, y en adelante está 6 peldaños más baja. Entre esta y la de Quimper, parece que todo lo que nos enseñaron sobre la planta de cruz latina es completamente falso. Ahora entiendo lo de mi selectividad…
Y una visita curiosa es la Maison de Corsaire, que debería ser una oportunidad de ver la residencia de un naviero y director de la Compañía Francesa de las Indias Orientales en la primera mitad del siglo XVIII, y en realidad es una ocasión para el lucimiento del guía, un showman de pura cepa, con una expresividad y capacidad para llevar al público por los altibajos de la montaña rusa que es la comunicación durante más de una hora manteniendo su atención en todo momento, absolutamente excepcionales. Qué dominio de los colores verbales, cómo manejaba la entonación y la velocidad de las palabras para, en cada momento, subrayar o colar de soslayo un comentario. Realmente asombroso.
Y le hubiera hecho la ola como en Maracaná si no fuera porque, ese concepto, para un guía turístico en uno de los destinos más concurridos de Francia, al que acudimos seres con, como mucho, niveau intermoyenne, quizás no es el más adecuado. Vamos, que he pillado el 30% de las cosas, y estoy incluyendo los Oui, o Non, que si los quito, bajo al 20%. Pero aún así, reconozco haber disfrutado en cierto modo del número. Pero el espectáculo debe continuar. Y me he ido… Por cierto, que, para vuestra información, los importadores de la época defraudaban impuestos declarando menos mercancía de la que realmente traían. Inimaginable, ¿no?
(Un descansito, que no estábais preparados para tanto rollo hoy, ¿eh?)
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