martes, 23 de agosto de 2011

A por los castillos

St Martin des Entrées-Tours
Efectivamente, hoy ha cambiado el tercio, definitivamente. Atrás quedó Bretaña; atrás quedó Normandía y su desembarco. Estoy en Tours, a orillas del Loira y, por tanto, en su valle, abriendo este último tercio (aunque en días va a representar bastante menos; el final se acerca, muchachos).
La mañana se ha ido en el trayecto desde Bayeux, con tranquilidad, y algo de llovizna ligera, pero siempre con una visera plomiza hasta el horizonte (que las nubes bajas fijaban bien cerquita).
La llegada a Tours (donde paso esta noche) ha sido ejecutada con una precisión de comando: a la gasolinera (que me quedaba combustible para 23 kilómetros, ahí jugando con fuego…), al hotel, instalación y misión de reconocimiento, previo almuerzo. Éste ha intentado ser frugal y ligero, y como muestra de buenas intenciones, para compensar los kilitos de más que genera tanto pato, y tanto pan(-rico), he pedido una ensalada. Pero todo se va al garete cuando ésta trae, otra vez, queso, y te ponen pan, y una bolsita de patatas fritas, y... ¡A hacer puñetas! En septiembre empiezo…
La Catedral de Tours, espectacular, muy bonita. Y está en curso una restauración muy ordenada, aislando sólo el crucero norte del resto, pero sin que te dé la sensación de “No ha visto nada, porque como la estaban restaurando, estaba toda tapada”, como a veces pasa, y te quedas pensando para qué has venido. No ha sido el caso. Y también merece la pena ver el pequeño claustro anexo a una de las naves (bueno, fue anexo en algún tiempo, porque alguien decidió en algún momento hacer pasar una calle entre ambos, y demolieron una parte). Es especialmente bonita una escalera de caracol exterior, en piedra, que tomas para llegar a la planta superior del claustro. El eje central hace también una espiral, cumpliendo la función de pasamanos. De verdad, que quien la diseñó consiguió una increíble armonía: parece que esa es su manera natural de ser, que no podía ser de otra manera. Es ese don que tienen los buenos diseños de parecer naturales (conocí un veterano piloto que decía que un avión, si es bonito, seguro que vuela bien).
Decorando la fachada interior del claustro, gárgolas y angelitos. ¡Qué diferentes unos de otros!



Luego paseo por el centro y, entre algún otro templo, lo más destacable es la plaza (esperad que lo miro…) Plumereau: claramente, un punto de encuentro para toda la ciudad. Sus cuatro costados, y el centro, ocupados por terrazas bien concurridas, siendo sus parroquianos, principalmente, gente joven, residentes (no necesariamente naturales de Tours, porque hay muchos estudiantes) en pandilla, dando mucho ambiente al lugar. Se repite permanentemente la escena del que se tiene que ir (dejando al resto del grupo) o el que llega (para unirse al grupo). Vamos, que se nota que para muchos es el sitio de la ciudad donde encontrar seguro alguien conocido, y allí se encaminan con la seguridad de hacerlo, aunque no sepan exactamente a quién, lo cual no parece importar.

Alrededor de la plaza, una densa red de callejuelas con casas de fachada de entramado de madera, algunas más desvencijadas que otras, pero en general todas con encanto. Y muchos rincones, recovecos, callejones, patios, sin un alma. Tal vez el recuerdo de que hubo alguna: una bicicleta encadenada a una farola siempre es un indicio, y además da un cierto toque bohemio a las fotos, como esta frente a una antigua iglesia reconvertida en Irish Pub, adonde se llega por un pasadizo bajo una casa:


Incluso tratándose de una bicicleta de montaña, que siempre resulta más tosco:


Tras un breve paso por alguna otra librería “de viejo” (con alguna captura), una cena tranquila consistente en una brocheta de St-Jacques (recordad, vieiras) y más pato (estaba mejor el de ayer, pero este tampoco era manco; vaya, mala expresión para este caso, porque manco sí acabó).
En el hotel, mientras escribo estas líneas, siento la ola de calor que, me dicen, hay en casa. Y es que, en esta bucólica habitación del tercer piso, dulcemente decorada (no hace mucho tiempo), el techo abuhardillado es una radiador sueco, que tras tomar temperatura durante el día (bajo un sol esmirriadillo que no era capaz de vencer las nubes que ganaban la batalla del plúmbeo cielo) llegada la noche la devuelve generosamente, no ya al exterior, sino al interior del inmueble. La ventana abierta y el ventilador encendido, recorriendo una y otra vez los 90 grados de su programado giro, con el ruido constante y el susurro periódico de la corriente de aire en mi brazo, me despiden de Tours y me llevan más bien al Saigón más caluroso, húmedo y claustrofóbico de mis recuerdos cinematográficos (nunca he estado allí). Bueno, he exagerado un poco, pero me ha quedado tan poético que no pienso quitar una coma. Leed entre líneas y extraed la parte de verdad, que la hay.
Sí, además hay aire acondicionado, pero es de esos portátiles, en los que la relación ruido/frigorías no termina de compensar, y paso.
Como curiosidad, os adjunto la especie de croquis que me he hecho con las sugerencias recibidas para el Loira, y mis intenciones.

No se entiende gran cosa, pero no explicarlo lo hace más interesante, ¿no? Son los planos de mi Día L (de Loira).
Buenas noches.

1 comentario:

  1. Bueno, al fin he podido ponerme al día en el blog.
    los comentarios son interesantes y buenos, las fotografías magníficas.
    Disfrútalo.
    Un abrazo.

    A.

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